Bueno, ustedes se califican a sí mismos de Caballeros y Comendadores del vino de Montilla, hacen regidores y nombran, porque yo lo he visto con mis propios ojos, Embajadores del vino de Montilla. O sea, ustedes son definitivamente incurables. Y por el camino que van, han de seguir incurables. Cuando el Cura y el Barbero, el Ama y la Sobrina y hasta el propio Sancho oían gritar a Don Quijote poco antes de morir que ya no era Don Quijote, que había vuelto a ser aquel Alonso Quijano que había sido desde que nació, no se lo creían, ni querían creérselo, porque presagiaban que al dejar de ser loco, al dejar de ser Don Quijote, moriría. Como así fue. Alonso Quijano, el pobre, no tenía razón alguna para vivir. El caballero Don Quijote, sí.
         Saquemos enseñanza de esta inmensa sabiduría de Don Miguel de Cervantes. Sigan ustedes, pues, haciendo caballeros, regidores, comendadores, nombrando embajadores y señores de lugares con preciosos nombres de viñedos. No vaya a ser que, si dejan de hacerlo, les ocurra alguna desgracia. Mi consejo de psiquiatra, pues, es éste: la locura está bien donde está. No se empeñen ustedes, ni ninguno de los presentes, ni yo mismo, en ser cuerdos, porque tiene su riesgo. Por eso, a partir de ahora, yo he decidido creerme que soy Señor de Piedra Luenga, por la cuenta que me tiene.