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Bueno, ustedes se califican a sí
mismos de Caballeros y Comendadores del vino de Montilla, hacen
regidores y nombran, porque yo lo he visto con mis propios ojos,
Embajadores del vino de Montilla. O sea, ustedes son definitivamente
incurables. Y por el camino que van, han de seguir incurables. Cuando el Cura y el Barbero, el Ama y
la Sobrina y hasta el propio Sancho oían gritar a Don Quijote poco antes
de morir que ya no era Don Quijote, que había vuelto a ser aquel Alonso
Quijano que había sido desde que nació, no se lo creían, ni querían
creérselo, porque presagiaban que al dejar de ser loco, al dejar de ser
Don Quijote, moriría. Como así fue. Alonso Quijano, el pobre, no tenía
razón alguna para vivir. El caballero Don Quijote, sí. |