Las historias sobre el vino parecen escritas en pentagramas y los efluvios de su música me traen a cuento un poema de Derek Walcott, -leído de paso en una hoja de prensa- para pensar que tal vez esta noche metafóricamente también yo "me siente ante un espejo, parta pan, me sirva vino y devuelva entonces mi corazón" a las tabernas de mi gente.

              A ese ánimo llego porque me gustan las palabras de esta tribu de alquimistas, enólogos, soñadores y temerarios del codo que empinan sus vidas por las pendientes del vino y las copas.

              Hasta el movimiento de una venencia es siempre la tentación de una apuesta. La plasticidad del gesto dibuja el mismo trayecto lírico que el ardor de un poema en los brazos de su rima. En la fragancia de ese lenguaje viejo y nuevo de todos los que han escrito del vino y para el vino, he encontrado un pasadizo de retorno que va de la palabra a la copa, de la metáfora a la bota, de la música de un poema a la sinfonía de una bodega. Del leer al beber. Hacer el camino del revés. No escribir porque has bebido, sino beber porque has leído.