El propio Pedro, que ejerce,
además, como «cicerone», recuerda la visita de un forastero, serio e
interesado, con el que se extendió acerca de las propiedades eróticas
del vino tomado con moderación. Incluso salpicó la conversación de algún
chiste malicioso y otras confidencias «ad hoc». Al despedirse, alguien
le desveló la personalidad de su visitante. Se trataba de un canónigo de
la catedral de Burgos.
Una amplia mesa preside la galería de la taberna de los Erencia, es la
«mesa de la Moncloa». Allí se debaten temas de la más variada
naturaleza, desde la política a la religión, pasando por el sexo o la
economía. El diálogo es fluido y participativo. A veces, los ánimos se
encrespan y el propio tabernero, desde la autoridad indiscutible que le
otorga su condición, acude a poner paz entre adversarios enconados que
han convertido la galería en improvisada cámara parlamentaria.
En la prolija historia de la taberna no han faltado situaciones
difíciles. Durante la Guerra Civil, Lorenzo Erencia se vio obligado a
soportar el despojo de uno y otro bando alternativamente. La peor parte,
no obstante, le correspondió durante el mando republicano, ya que las
autoridades libraban vales indiscriminadamente para el consumo del vino
criado en la bodega de la taberna, en cuya puerta se emplazaban largas
colas de animados parroquianos, provistos de pequeñas «damajuanas» y
portadores de su correspondiente vale. El propio Lorenzo se vio obligado
a utilizar una artimaña para poner a salvo sus soleras de la avidez de
los ciudadanos. Sacudiendo el vino de la bota con una aspilla conseguía
enturbiarlo y hacer creer que se había estropeado. El truco surtió
efecto, aunque más de un despierto consumidor, al arrimar su enrojecida
nariz a la boca del viejo barril de roble americano comentara: «Estará
turbio, pero a mí me gusta».
En sus casi 200 años de existencia la taberna ha recibido innumerables
visitas de personalidades de las artes, de las ciencias y la política .
Entre ellos, el tabernero recuerda a Marchena, Luis Carlos Rejón, Martín
Villa, Cabello de Alba y José María Aznar. El propio Castilla del Pino,
que reside en Castro, suele visitar Casa Lorenzo acompañado, en algunas
ocasiones, del escritor José Antonio Cerezo. Pedro Erencia se atribuye
el mérito de la «conversión» del catedrático de Psiquiatría y escritor y
del propio erotólogo, de irredentos consumidores de refrescos foráneos a
ocasionales, pero entendidos, catadores de vinos «finos».
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