Mario Vargas Llosa tenía una vieja deuda con el Inca Garcilaso, pues nunca se había recreado como ahora en la obra y personalidad del primer escritor de la literatura peruana. Así, en las páginas que siguen el autor de Conversaciones en la Catedral le dedica a su paisano vecino de Montilla, palabras colmadas de amor, sabiduría y admiración, que sin duda provienen del magisterio entrañable de su maestro Raúl Porras Barrenechea.

   Mejor conocido por sus novelas, ensayos y estudios literarios, Vargas Llosa es –sin embargo- un profundo conocedor de las crónicas de Indias en general y de los libros del Inca Gracilazo en particular, pues durante sus años de estudiante universitario trabajó junto al descubridor de la casa montillana del Inca.